Las olas:

Sobre “Cadáveres”, de Néstor Perlongher

El campo de batalla literario continental se trasladó, efeméride invisible, desde la idea (o el deseo) al cuerpo mismo como objeto de poder y castigo. Néstor Perlongher (1949-1992) hace lo suyo en “Cadáveres” (1981, disponible en YouTube en su voz) utilizando la reiteración como una ola que describe el horror. Insignia de su propio movimiento, el Neobarroso se expone en todo su esplendor mostrando un cuerpo castigado y convertido en un elemento inerte del paisaje a merced del vaivén del oleaje regular, casi letárgico del Río de La Plata. El mismo légamo como extensión de la trinchera, viscoso y pesado, está conectando el relato que el poema abre sobre la sorpresa (el horror dibujado a medida que se lee) del lector escandalizado, le expectación sórdida del mancillado, o la oprobiosa expresión de un déspota desenmascarado.

             Hay algo en la reiteración de la palabra, una letanía que deviene trance, pero, al mismo tiempo, se transforma en obsesión -la de aquellos que buscan a sus seres queridos con miedo y desesperación- para, finalmente, descubrir la acusación que arremete hacia su final: no contra el poder, no contra la violencia de las instituciones, sino contra la vida cotidiana, indetenible, y sus habitantes, ensimismados en el miedo. Denunciar la zona intermedia, el área de las mediaciones y las transformaciones es quizá la amalgama más contradictoria de este trabajo: la acusación febril, respuesta violenta; y la insinuación que rehúye cualquier objeto y, sin embargo, los nombra a todos.

            Anclado en su propia tradición, los Cadáveres vuelven y se repiten, como las imágenes de la vida que no se detiene en su tren de horas muertas, como las olas del río devolviéndolos, repetición concreta del horror continental del cual todos tenemos cicatrices. Oír hasta el horror o la náusea.