Órbita:

sobre Ficciones, de Jorge Luis Borges

Introibo ad altare Dei

Joyce

Borges (1899 – 1986) solar: imposible acercarse sin perder la piel; imposible mantener distancia sin deshacerse, tarde o temprano, en el Vacío. Es increíble lo mucho que se puede decir de él sin repetirse, sin agotarlo. Al mismo tiempo: es absurdo lo fácil que es llegar a esa conclusión. Porque la obligación llega, revuelve la lengua y reverbera en las manos. Y así, llegamos a las Ficciones (Sudamericana, 2012): con derrota discipular.

Arquitectónicamente, el mármol: nada cabe entre sus palabras, sino el asombro. La repetición de sus motivos no es otra cosa que una variedad con que los repite -si pensamos en los espejos y laberintos-. Hablamos del mármol por su hermético calce, pero el vidrio también, por su prismática cualidad, retiene referencias.

Conceptualmente, electromagnetismo: la fuerza natural que comunica y abre el abismo. Sus juegos con el hipertexto y la prefiguración de la hipercomuncación (La Biblioteca de Babel), obligan al silente asombro y, por inercia, se pierde uno, lógico y pánico.

Estéticamente, inenarrable: las bibliotecas se multiplican en la proporción conque lo explican hasta disolverlo. Caer sobre el atrio, o convertirse en el bufón, pero nunca la experiencia o el goce que acercan a sus párrafos. Rey de su propio confinamiento (el de sus breves páginas), construye su isla en el llano del hastío (¿será Lezama su espejo?).

Y, porque todo lo demás y esto es ruido en el río de la consciencia -cuya corriente atravesó en línea recta-, cabe la obviedad militante: entrar en sus páginas y bajar a la zona donde la consciencia es la una mera consecuencia, un accidente. Borges, el homérida sin siglo, entrega la brújula al mundo que no vivirá. Como órbitas depositadas en la memoria del cosmos, vaguemos hasta la desintegración total.