Sobre El Beso de la Mujer Araña, de Manuel Puig.
De jurar la verdad frente a los actos, es que uno se vuelve indefenso. Manuel Puig (1932-1990) entiende el delirio detrás del cuadro y emprende en El Beso de la Mujer Araña (Planeta, 2000) un viaje que trenza la abstracción, la fiebre y el deseo en el corazón del hacinamiento -mental y físico- de dos presos.
El argentino maneja el delirio, nada parecido al desborde de otros escritores, cuyos personajes personifican el desvarío. Muy en su estilo, utiliza la agilidad del diálogo para encajar una corriente de pensamientos que semeja el fluir de una consciencia estructurante. Asimismo, pone -a modo de espejo- la teoría disponible para explicar y propiciar una de las escenas más esperadas y sutiles del volumen, consolidación amorosa o escape del deseo, según el partido que se tome. Porque este libro trasciende el lance amoroso, trágico de los presos; trata el proceso, la revelación de quién toma un bando asumiendo su peso. El timón, entonces, se expande y estalla.
El delirio, por otra parte, es una confirmación, la articulación primaria de un pensamiento desencadenado hasta el final de la historia, donde la crueldad se mezcla con el sueño y la muerte se palpa en cada rose de las palabras. Al mismo tiempo, la abstracción arma el cuadro del deseo y lo naturaliza, bajándolo a la tierra firme de una humanidad demolida y no al fuego del pecado del que siempre busca refugio. Finalmente, el final marca la lucha de alguien que, en el delirio barbitúrico, intenta proteger la causa porque se protege a sí mismo, también poniendo su cabeza frente al emperador. En medio del delirio y el naufragio, el timón de la muerte abre el punto de fuga que marca el punto final.
