“Todo lo que es existe”:

Sobre Historia de la eternidad, de Jorge Luis Borges.

            Qué habrá querido decir Parménides desde la antigüedad, es algo que Borges (1899-1986) indagó -entre otras cosas que ignoro- en “Historia de la eternidad” (Emecé, 1986). Zurcido en torno a la cuestión del tiempo -materia primaria de la historia y la Humanidad-, el volumen entero puede leerse como una sugerencia de asomo al abismo que nos marca, nos desconcierta, nos reduce y, por último, nos diluye en su interior. En el primer ensayo, abre un debate y esgrime una pregunta; en el segundo, la condición transtemporal del genio humano; en el tercero, la insinuación empantanada de una respuesta o bien una especulación elegante; en el cuarto, el desarme del presente; en el quinto, un contraargumento que, a su vez, es un acto de desaparición; en el sexto, la necesidad de una sucesión para guardar la cordura. Por último, en sus dos notas, traza la trayectoria de dos hábitos perennes: la trascendencia y la memoria, el primero como una fórmula de la insistencia humana, y el segundo como el ejercicio de burlarse del ella.

            Qué puede concluirse, es algo que nunca se sabe. Acaso, se puede ver como un compendio de divagaciones sobre la naturaleza del tiempo, apuntando a una noción de lo perpetuamente perecible, es decir, a aquello que sólo contempla decadencia. En esas coordenadas, Parménides acierta, atraviesa y desgarra una realidad que se deshace (el presente), perturba (en el futuro incierto) y carcome (en el pasado que se recuerda, tal vez la única certeza) en el goteo que horada la piedra de la historia.

            Por eso, Borges es siempre un presente limpio, la memoria borrosa y vértigo de lo posible, siempre incompleto. Delante de estas páginas, un misterio que se mira de reojo.