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Otro Poema de los Dones

Jorge Luis Borges

            Abrir ojos y sobrecogerse con un catálogo inconcluso, metonimia de la grandeza. Borges no escatima en Otro Poema de los Dones (El Otro, El Mismo, 1964) cuando describe aquella suma de dones que –en el fondo—lo componen: entrando al laberinto de las causas, su manera de catalogar como contraparte de su Poema de los dones (El Hacedor, 1960) establece un cambio copernicano en la percepción de lo sensible.

            Desde la belleza de Elena, belicosa lejanía y ardid literario, el campo del lenguaje va erigiendo, a través de Ulises, la odisea que atraviesa la experiencia con lo escrito, lo entendido a través de esa escritura: “Por Schopenhauer, / que acaso descifró el universo”, apunta en su catálogo, trayendo al inmediato aquel constructo de juicios, percepciones y convicciones que dan forma al universo del poema.

            Celebratorio, arma sus elementos como la guirnalda que corona su muro del orgullo. Porque hay un orgullo en la enumeración victoriosa de aquello que, pasando por breve inventario, se abre paso en el ritmo y ritual de las cosas trastocadas por este lenguaje, “que puede simular la sabiduría”: ahí, tal vez, yazga la médula borgiana, y ahí quiero quedarme a vivir. No hay realidad posible sin entender que la sabiduría no se alcanza si antes no se lee: la página, lo propio, el mundo, el orden cósmico que envuelve cada pálpito con que empujo estas sentencias, que con él celebro y hago propias.

            De Borges basta un ápice para entender lo que embarga. Hoy, ocupo el feliz catálogo de conclusiones al final de la oscuridad. Se hace evidente que lo extraordinario de este mural no son sus elementos, trampantojo del asombro, sino su posibilidad de ser pan y aire en los pasos de la vida.