“Toda la sangre puede
Ser canción en el viento”
Tejada, Gómez-Isella
Abrazado a la misma cintura,
multiplicada en los ojos de la maravilla,
que empuja la voz como el mismo Amazonas,
abrazado a su fuego, no con el grito del orbe ni el dolor ni el espanto,
sólo carnaval en torno a su figura desmesurada,
dejé mi sombra enredada en las raíces del mundo.
No hay desierto que contenga esta canción o el eco que la evoca,
ni conjuro que enmudezca en su vertiente: las calles
las tumbas
la gloria
la muerte
la esperanza
la amargura
el fulgor de los niños y su carcajada
el licor del júbilo
los cómputos eternos de cada montaña
el surco del agua pariendo los valles
y todo ahí donde el asombro tiene su flamígera vertiente
o el silencio de los peces en los flancos de esta cintura
aguardo a los muertos y sus cantos, tantos ya como las voces del viento
en los recodos del bosque y las amplias llanuras abiertas bajo el sol como una flor abierta a su noche.
Abrazando esta cintura
se ha desvanecido todo en un acorde
En el páramo despreciado de mil quinientas lenguas nombrado
aferrado a su regazo es que vinieron a crecer las selvas
que el verso mismo incendia como un testimonio
–las empresas del odio y acaso su pálpito y persistencia—
o la arremetida fluvial de la sonrisa
en todos los espacios del viento y su eco inmemorial.
Aferrado a la cintura en que naciera
la canción que nos hizo nombrarnos
permanece el conjuro que nos alimenta,
las aras donde se extiende la luz
que el sol ha puesto en las generaciones
como la misma era llamó a sus hijos.
Aferrado a la canción que entona Tu nombre
he sabido vivir la tierra
de la que nazco
a la que voy
en la que desaparezco.
