Soy un Otro que no sabe asir su destino. Soy un Otro sin pasado aparente que clamó una raíz en aquello que fue proscrito y terminé por desconocerme. No tengo origen en la Europa que desentiende su sangre de este estrago, ni amparo en la originara manera de ir zurciendo los días. Soy un pedazo invisible en la ciudad que convierte el alma en un aparato doméstico; soy un huérfano de mi propio futuro.
He pensado durante años en esto: mi relación con los Pueblos Originarios de América tiene que ver con constructos sociales en torno a visiones políticas específicas. No constituye un ataque lo que digo, pues soy partícipe de esas ideas al menos cuando escribo. Pero reconozco también que mi vínculo es incompleto y tiene más relación con el aprendizaje que con una manera de vivir, sobre todo el territorio donde estoy.
Por eso, asumo mi esencia como mestizo. No sé cómo me sentiría si tuviera ancestros europeos, si descubriera que mi origen es de ultramar. Asumo mi mestizaje como un acto de hacerme cargo de la orfandad que ello contiene, es decir, trato de encontrar la voz amalgama colonizada y colonizante al mismo tiempo. Aprendí siempre –en la escuela, en la familia y en la sociedad—que la autenticidad (y, por extensión, el respeto) pertenece a otros. Son ellos los que tienen antigüedad, pasado e historia; son ellos los que manejan el poder o han sido víctimas de su desborde. Por eso, he pensado mucho en la cuestión de pronunciar y pronunciarme sobre el 12 de Octubre, sobre lo que significa para alguien que –probablemente—es producto del mestizaje, de la mixtura. En esta misma línea, desconfío tremendamente de quienes tiran todo al hoyo negro del sincretismo defendiendo arrebatos místicos y resignificando realidades cuando, justamente, los “dueños” de esas realidades son continuamente despojados de sus facultades de autodeterminación e inclusos son asesinados por defender sus territorios.
Pienso: me considero mestizo a falta de antecedentes concretos sobre mi origen. No soy blanco, pero, hasta donde puedo saber, no tengo un origen ligado a ninguna comunidad indígena, ni ahora ni en el pasado, ya hace varias generaciones. Si me considerara “espiritualmente” indio—como muchos que conozco—siento que estaría replicando esa costumbre colonial de apropiarme de una realidad a partir de apropiarme de sus prácticas. No comparto esa manera de conocer la realidad.[1]
También me considero mestizo a partir del medio en el que me crie: la periferia de una ciudad periférica en la realidad del país, periférico y en desventaja en comparación a, por ejemplo, el territorio que habito hoy. Con ello, me hago cargo de mi alienación de manera total: intelectualmente colonizado, sin identidad concreta (mi identidad está subordinada, en muchos aspectos, a las identidades del mercado y el pensamiento Occidental) y sin poder sobre mi propio destino, es decir, sin posibilidades de autodeterminación. En esas condiciones, reconociendo la carencia extrema que embarga mi sola existencia, me niego a seguir rasgando vestiduras por gente e ideas que –lo asumo con dignidad—no he llegado a conocer y no puedo encarnar.
Sin embargo, creo que tengo participación en los acontecimientos, aunque me toca descubrir cómo. Socialmente, incluso históricamente, soy hijo del colonialismo (Por que la Guerra del Pacífico fue una empresa colonial y no una epopeya heroica); existencialmente, he aprendido las maneras de Occidente, lo que me convierte en alguien socialmente despojado. A partir de ese despojo, hay que comenzar el montaje identitario, los rudimentos que permitan a un mestizo reconocer la zona gris que habita y, a partir de la orfandad, reconstruir la identidad y la búsqueda. Porque la identidad es una búsqueda permanente y uno nunca termina de conocerse (si acaso nos atrevemos a eso) y, por eso, es necesario empezar por desmantelar lo que hay, deshacer la madeja y comenzar de una vez por todas con el tejido social que nos corresponden. No hay más respuesta que esa, pues el primer viaje es individual y, separados como estamos por los discursos identitarios de cada territorio, no tenemos más que la curiosidad para enfrentar el destino.
[1] En este aspecto, he llegado a desconfiar de la observación participante por la misma razón, pero eso es otro cuento.
