Eco:

Sobre Los Dominios Perdidos, de Jorge Teillier

Se abren los espacios con el eco. Rebota el sonido y nacen las formas que van definiendo la faz del abandono. Corta el viento el canto de una ventana chirriante, y los pasos apagan el rasgar de los insectos: es el Poeta que atraviesa, a fuerza del eco donde habitó la vida, Los Dominios Perdidos (Fondo de Cultura Económica, 1994). En sus páginas, no hay sonido sino un aviso, el indicio de una voz que enmudece en vez de revelar.

            Hay una peste que circunda el paisaje, una amenaza a lo bucólico, ya invadido por el despojo que acusa, al mismo tiempo, aquello que el poeta esquiva. La permanente escaramuza con el entorno -sobre todo, con la civilización que encarna-, acentuada por cuadros aparentemente vacíos, simultáneamente abigarrados por el bosque y la naturaleza, denota el contorno de la peste que avanza sin sentirse, porque viene del pasado. Todo en las escenas de estos dominios está marcado por un pasado que no se añora, mas se encarna en el dolor agazapado en cada verso: “Todas las nubes/me anunciaban que tú llegarías/cuando despertara para volverme/hacia la ventana de los sueños”, canta (o gime, rokhiano) el poeta en La ventana abierta, y la imprecación se pierde en el aire. Otro elemento que pareciera sobrar en los cuadros donde la tensión pareciera no existir, aunque uno se cansa un poco con cada lectura. El cansancio, graficado en la observación que el poeta hace de los espacios vacíos, se oye en el eco de cada palabra dicha, justamente, al viento de la vacuidad que éste habita.

            Ésta es una poesía del tiempo, retrato del tiempo que pasa con peso monumental. Atlas bajo la tormenta, el poeta dibuja, y se pierde como un horizonte en la oscuridad marina.