La condena:

Sobre Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño

            ¿Cuál es la condena de la consciencia? La pregunta se alza como la sombra del corvo y rasga el velo que se ha puesto en la Memoria. Nocturno de Chile (Vintage, 2010) de Roberto Bolaño (1953-2003) retrata la debacle de un crítico en crisis, o enumera las cicatrices de la consciencia colectiva. La Historia, después de todo, es un cómputo de cicatrices en la historia humana, el retrato de los triunfos no elude ni difumina las cicatrices que los sostienen.

            El medio más envilecido -la escritura- abre la puerta al Horror, el mayor de todos: el Horror como fundamento, y las vidas entrelazadas en su sombra, es lo que el libro va hilando mientras los relatos caen como, por ejemplo, las aves fulminadas por los halcones europeos, como podrían enumerarse los papas, cuya historia siempre sangra. La trayectoria de Urrutia no sobrevuela, aunque así parezca: atraviesa, contra viento y marea, la condena que la Memoria impone en los cuerpos de la Historia. Porque repetir la palabra es tal vez un halo del prisma que abre este libro, el párrafo desesperado de una condena.

            Pero también es olvido, el olvido atroz de un río seco cuyo caudal se ignora en la sequía. El paroxismo que retrata el narrador-protagonista en el último episodio del libro, corona la que podría ser la condena de la consciencia: el olvido del Horror ya sea por optimismo o por frialdad traumática.

            Tórrido y en la penumbra, Urrutia Lacroix sintetiza la Historia establecida, que acusa el olvido enfermo de un mundo que no se detiene sobre sus cadáveres. El libro, en suma, es un párrafo acusatorio y una confesión involuntaria. No importa de qué lado se cuaja la sangre, la travesía de este volumen no deja siempre inerme.