Voluta:

Sobre Cobra, de Severo Sarduy

            Una voluta se eleva en el vacío, y el tiempo vibra. Una voluta surca el capitel de una columna, y pende del viñedo ofreciendo un dulzor que embriaga. Dicha torsión está presente en Cobra, de Severo Sarduy (1937-1993). Entorchado en su palabra, rizo envolviendo una cuerda que se pulsa con precisión sideral, el cubano cuenta la historia de una metamorfosis profunda, cuya quirúrgica culminación es el reverso de todos los cambios.

            El relieve es predominante, el color, cernido en cada milímetro de las imágenes, que florecen en una sucesión marina cuya fuerza, oceánica, flamea, trozo de tul en la tormenta. Poco importan la historia y los personajes, si las palabras hacen fiesta y contorsión, si las voces, enjambre trampantojo, diluye el relato en una sinfonía imposible: de tanto leer uno escucha, y de tanto oír uno mismo se silencia. Es la maravilla que revelan los arabescos en las pieles, las plumas que decaen, las envidias solemnes o los deseos que fulminan la razón.

             El epíteto que despista y entretiene, va zurciendo -e inscribiendo sobre la superficie- los personajes que, de tanto ser nombrados, se vuelven una sombra, un matiz en el fresco que comprende el estandarte que embarga la novela a punta de sonido. A través del relieve señalado, abre los caminos yacentes como contraste de la fiesta lenguaraz de todo el relato: deseos que se desbordan, envidias que se superponen con la ceremonia y lealtades ambiguas, amores sin destino, suplencias y simulaciones.

            No se puede simular, imposible reducirlo, no escatima en recursos hilvanando la historia de un desplazado de sí, cuya lucidez escapa lo concreto y lo vuelve una voluta deshecha en el aire, suspendida.  Tour de force como pocos, con envergadura inapelable, deja un precedente esquivo e incandescente en la literatura latinoamericana.